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A solas con la inteligencia artificial

Technology July 2023 PREMIUM
La inteligencia artificial satisface el deseo humano de que alguien piense por nosotros. Sin embargo, existen peligros y preocupaciones, especialmente en el ámbito educativo. Aunque los chatbots son útiles, no son infalibles, y la IA está limitada por los prejuicios humanos. Es crucial enseñar a los estudiantes a lidiar con la frustración de comprender el mundo, incluso con herramientas poderosas como la IA.

¿Qué tienen en común la inteligencia artificial y un avión? Que ambos han cumplido con viejos sueños de la humanidad. Si el avión satisfizo el viejo anhelo humano de volar, la inteligencia artificial empieza a satisfacer el de que alguien piense por nosotros. Si se me objetara que lo segundo no es cierto, deberé preguntar a su vez ¿para qué desde siempre se ha creído en dioses y oráculos sino para suponer una instancia omnisapiente capaz de entender las fuerzas que controlan la realidad y manejarlas mejor?

Las ventajas de la inteligencia artificial son muchísimas a primera vista. Y a segunda. Cuando le he preguntado a varios ingenieros sobre lo que piensan de la IA responden con el entusiasmo de niño a quien anuncian que le regalarán una bicicleta voladora. Ven en la inteligencia artificial una suerte de varita mágica que resolverá problemas antes tenidos por insuperables y elevará su productividad a niveles nunca antes vistos. Sin embargo, entienden que la magia de la IA no depende de ver cómo reacciona el corazón de un sapo al contacto con un rayo de luna sino de algoritmos que son capaces de comprender aplicados a cantidades de información que ningún humano podría procesar durante toda su existencia. Y todo en cuestión de segundos. Piensan que la automatización de tareas repetitivas y monótonas y la capacidad de analizar abrumadoras cantidades de datos hará posible la toma de decisiones más acertadas, desde un diagnóstico médico a una operación financiera o militar a gran escala. Todos mis consultados reconocen que ya usan la IA desde la redacción de informes o curriculums laborales hasta la creación de nuevos códigos informáticos. No hace mucho, cuando le elogié a un diseñador gráfico la imagen con que había ilustrado uno de mis artículos, me confesó que la inteligencia artificial la había hecho por él.

Un ingeniero me comentaba que “ChatGPT está marcando el inicio de la adopción masiva de la IA”. Todos los consultados reconocen la existencia de peligros que entraña la inteligencia artificial, desde el desplazamiento laboral a problemas de seguridad pasando por el uso interesado que se le pueda dar a tan formidable concentración de información, pero nada que les quite el sueño. O si se los quita es para buscar nuevas soluciones. Pero, como me dice uno de ellos, la IA “es el futuro y contra eso no se puede”. La inteligencia artificial que abundaba en la ciencia ficción de unos años atrás va convirtiéndose en realidad cotidiana.

Con ChatGPT la IA deja de ser asunto de especialistas. Los cien millones de usuarios alcanzados entre noviembre de 2022 cuando fue lanzado el chatbot a enero de 2023 son prueba de ello. Hasta en el sector de humanidades de las universidades, el último en informarse de cualquier avance tecnológico, nos damos por enterados. Con reservas, por supuesto. ¿Acaso Sócrates no alertaba sobre el peligro que el gran avance tecnológico de su época —la escritura y los libros— representaba para la memoria humana y el entendimiento cabal de la realidad? ¿No tenía razón el griego cuando prevenía contra los que reemplazaban la comprensión de algo con la cita textual de una autoridad en la materia?

Para los profesores de humanidades, tan conservadores como somos en cuestiones tecnológicas, la IA ha entrado en nuestras clases en forma de preocupación. Escuchamos cantantes corregidos por el autotune y permitimos que el corrector automático revise nuestros textos, pero el concepto de Inteligencia artificial nos espanta ¿Y si en adelante los estudiantes responden todas sus tareas y trabajos escritos con la ayuda de ChatGPT? Es comprensible la preocupación, sobre todo pensando en que los estudiantes suelen ser más duchos en cuestiones de inteligencia artificial que sus profesores. Entrenarnos en sistemas de detección de uso de la IA sería una solución mediocre ante un reto que nos obliga a replantearnos la propia idea de enseñanza. A salirnos de una rutina pedagógica que ahora puede ser contestada con el uso de un chatbot. Porque si la respuesta de un estudiante puede ser sustituida y mejorada por un robot, los profesores que enseñan tales lecciones, también. Queda por demostrarnos si hay algo de lo que hacemos en clase que no pueda ser replicado por un robot: de eso depende el futuro nuestro y el de nuestra profesión.

Los chatbots por otro lado no son infalibles. No lo saben todo y cuando eso ocurre, como un alumno inteligente que no ha estudiado lo suficiente, inventa. No hace mucho puse a prueba a ChatGPT preguntándole por el culpable de la muerte de cierto personaje histórico. Era una pregunta tramposa. Dos fuerzas distintas e irreconciliables son los principales sospechosos del crimen, pero ChatGPT resolvió el asunto inventándose una conspiración imposible entre ambas fuerzas. Sin embargo, al repetirle la pregunta al día siguiente el chatbot dio con la respuesta correcta. O sea, que no estaba clara la identidad del asesino, pero existían dos sospechosos principales. ChatGPT aprende de sus errores y su capacidad de responder mejora con cada día que pasa. No obstante, el robot inteligente de momento se muestra sordo a la poesía y su sentido del humor es atroz, lo que habla de lo difícil que es imitar el sofisticado sistema de comunicación que nos hemos inventado los humanos.

La inteligencia artificial, por otra parte, carga con los prejuicios de sus creadores, los seres humanos. Ante ciertas preguntas a ChatGPT, el robot sabihondo parece más preocupado por evitarle demandas a la empresa que representa que por encontrar la verdad. Eso es algo a tener en cuenta: por mucho que la IA supere las capacidades humanas nunca podrá ir más allá de nuestras limitaciones más esenciales. Los humanos tendemos a la exageración, sobre todo cuando encontramos alguien o algo en el que delegar la carga inmensa de nuestra incertidumbre. No me extrañaría que, superadas las reservas iniciales —similares a las que enfrentaron la imprenta, la aviación o la cibernética— convirtamos a la inteligencia artificial de herramienta utilísima en el nuevo ídolo capaz de darnos respuestas para todo: desde la culpabilidad de un acusado en un juicio hasta el sentido de la vida. Me pregunto si alguna vez alguien será condenado por un chatbot o nos suicidaremos si no alcanza a ofrecernos razones suficientes para vivir. Pero esquivemos el drama o el apocalipsis. Quizás la enseñanza más valiosa para transmitirles a nuestros estudiantes sea la conciencia del límite de nuestra capacidad de entender el mundo —incluso cuando contemos con las herramientas más potentes posibles— y ayudarles a desarrollar la capacidad de lidiar con esa perpetua frustración.  •

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