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Cultura y apropiación

Arts and Media October 2022 PREMIUM
Escoger carrera universitaria en estos tiempos tiene mucho de casting de película.

Me explico. Antes del estreno de la película Blonde sobre la vida de Marilyn Monroe es fácil adivinar la reacción que cause. Apenas se hablará del drama soterrado que fue la vida de la Monroe, al punto de tener que suicidarse para que le creyéramos. Tampoco creo que se hable mucho de la precisión con que los realizadores, incluida la actriz protagónica, consiguieron o no encarnar el espíritu de ese gran ícono americano.

Nada de lo anterior tendrá relevancia comparado con el supuesto origen étnico de Ana de Armas, la actriz que representa a Marilyn en Blonde. Y digo supuesta, porque la etnia en la que se encasilla a la intérprete nacida en Cuba es la “latina” o “hispana”, una etnia indefinible a la que apenas la apuntala el hecho de tener alguna conexión con el subcontinente que comienza al otro lado del río Bravo. Para la elemental mirada norteamericana, “hispano” es lo mismo un indígena de Chiapas que un judío argentino o un neoyorkino con algún abuelo boricua o dominicano. Poco importará que Ana de Armas fuera ovacionada por 14 minutos en el festival de cine más afamado del mundo, el de Cannes, por su actuación en la película. Lo que habrá de discutirse, pues así obligan estos tiempos, es la pertinencia de que una actriz latina le dé vida a un ícono americano.

No creo que muchos se opongan a que una latina haga de Marilyn Monroe, que seguramente los habrá. Antes de centrarse en la calidad interpretativa de la actriz, ningún mérito se elogiará más que su etnia, justo el detalle por el que esta menos se esforzó. Según la nueva ley no escrita pero aplicada una y otra vez en el mundo virtual, es un crimen de lesa humanidad que un actor encarne un personaje del sector poblacional equivocado. Como si ese no fuese el oficio de todo actor, el de representar a alguien distinto a sí mismo cada vez. Pero, sigamos ejerciendo ese oficio fácil que es el de profeta a corto plazo: más que echarle en cara su origen “étnico” se le ensalzará porque a pesar de su origen supo romper no se cuántas barreras para hacer lo que en definitiva es su trabajo. Su mérito no será el de haber interpretado bien a Marilyn, sino el de hacerlo a pesar de ser latina.

De Armas al menos no correrá el peligro de que se le acuse del pecado capital de apropiación cultural. Según el código que describe este delito, solo se incurre en él cuando una cultura minoritaria es copiada por una cultura dominante. O para ponerlo en los términos en que se piensa pero no se dice: cuando un representante de una cultura “superior” se entromete en una “inferior”. De no ser así no se explica tanto alboroto ni asombro cada vez que un “representante de una cultura minoritaria” hace bien su trabajo. O ese paternalismo que confunde el saqueo vulgar al que tantas veces han sido expuestas las culturas dominadas, con el continuo trasiego de culturas en todas direcciones que es la forma elemental de mantener viva la cultura sin apellidos.

Cuando el español Javier Bardem desempeñó de manera poco convincente el papel del cubano Desi Arnaz en Being the Ricardos, poco faltó para que dijeran que sus fallas se debieron a que un descendiente de conquistadores como Bardem no podría nunca desempeñar el papel de un puro descendiente de taínos como Arnaz. (Por si no se capta la ironía: si de análisis genético se trata, Desi Arnaz era casi tan español como Bardem y probablemente tuviera mayor parentesco con los conquistadores que el propio actor que lo encarnó). Después de todo, cuando el propio Bardem interpretó el papel del escritor cubano Reinaldo Arenas en Before Night Falls nadie le sacó en cara su nacionalidad. En parte porque eran otros tiempos, pero sobre todo porque Bardem captó la esencia del escritor cubano de modo tan soberbio que hizo imposible pensar en un candidato mejor. Tratándose del mismo actor en ambos casos, es más fácil ver que la diferencia  entre ambas interpretaciones no se debió a la nacionalidad del actor sino a que una actuación fue más inspirada que la otra.

Sin embargo, atenerse a la calidad del trabajo equivale, según la lógica que se va imponiendo, a cometer un atentado contra los derechos de las minorías. No solo en el campo de la actuación. Designar a un antropólogo blanco para un puesto de una institución de estudios de cualquier minoría equivale a decir que esta ha sido incapaz de producir un profesional acorde a la tarea, algo que resulta muy cercano a un insulto a la minoría en cuestión.

Quizás se haya pasado con demasiada rapidez del paradigma humanista —blanco y masculino según la lógica actual— al del multiculturalismo y nos cuesta trabajo aceptar el cambio, pero es muy fácil ver la inconsistencia de este último discurso. Según su lógica final, deberíamos desalentar desde ahora a que cualquiera curse estudios ajenos a su propia cultura, pues este discurso de la pureza dictará que en el futuro todos los trabajos le estén vedados. Puede parecer una exageración, pero tratándose de seres humanos nunca se deberá subestimar los extremos a los que nos puede conducir una combinación de buenas intenciones, ingenuidad, rigidez, resabios puritanos y puro oportunismo cuando encima no se entiende que la apropiación y la cultura son fenómenos inseparables. •

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