Products

En Cuerpo Y Alma

Health Care July 2021 PREMIUM
¿Con qué rellenar los años de más que la ciencia nos conceda?

S

oy un tipo espiritual. Aunque sea en términos relativos. No tanto por lo mucho que me dedico a cultivar el espíritu que por lo poco que me empeño en cuidar mi cuerpo. Pero como visitar el médico me interesa menos aún que hacer ejercicios o controlar mi nutrición, va siendo hora que me preocupe por lo que los practicantes de yoga llaman el templo del alma. Incluso si por comodidad o la tradición acorde con Santa Teresa de Ávila nos lleve a considerar el cuerpo más bien como la cárcel del espíritu.

Esa oposición, que por conveniencia o rutina se ve como la del antagonismo entre la cultura oriental y la occidental tiene una historia bastante más compleja. En el pensamiento de la antigua Grecia —cultura que, entre tantas cosas, generó un intensivo culto al cuerpo y los juegos olímpicos— la relación entre cuerpo y alma pasó de ser complementaria y orgánica hasta irse convirtiendo progresivamente en antagónica. Para Pitágoras, quien creía en la transmigración del alma de un cuerpo a otro, el cuerpo era un vehículo del alma. Los imaginaba complementarios: aunque el alma necesitaba del cuerpo para existir este solo cobraba vida a aquella. Platón —prefigurando la doctrina cristiana— consideraba el cuerpo una prisión del alma, condenándola a la vulgaridad de la existencia material. Aristóteles, más conciliador que Platón, como en casi todo, asumía que el alma es el acto del cual el cuerpo es un accidente pero al mismo tiempo no cabía separar el alma del cuerpo: existen cuerpos sin almas pero no almas sin cuerpos. Por su parte en el Yoga-Sutra del siglo III antes de Cristo escrito por del sabio hindú Patañyali se recomendaba la autodisciplina para purificar al cuerpo y hacerlo digno del espíritu. O casi tan puro, tan ajeno a la vulgaridad de la corrupción, como este.

Sin embargo, la fragilidad de la vida física y la continua incertidumbre de su existencia atentaban contra el propio prestigio del cuerpo. Buena parte de la poesía medieval versaba sobre la desventaja del cuerpo perecible frente a la inmortalidad del alma. Si el cristianismo venía a ofrecer la vida eterna ¿acaso el cuerpo no era un estorbo? ¿No era la promesa de la vida bella y perfecta en el más allá una invitación a abandonar esta? San Pablo de Tarso, principal responsable en darle forma a la iglesia tal y como la conocemos, se dio cuenta del contrasentido y le confirió la dignidad al cuerpo asegurando que este era un préstamo divino que debíamos cuidar: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenece?”

Con la modernidad, y sin que medie ninguna recomendación divina, el cuerpo vuelve a ocupar el centro de nuestras atenciones. Si hasta el siglo XIX la esperanza de vida en todo el mundo no superaba los cuarenta años desde entonces se ha duplicado. Ha sido esta la época de oro del deporte, de recuperación de los juegos olímpicos y de la práctica del yoga. También de los peligros que ha traído una súbita prosperidad en términos de exceso de calorías y la reducción del esfuerzo físico. En nuestra época no hay descubrimientos científicos más apreciados que los que contribuyen a proteger nuestro cuerpo, a alargarle la vida. Y esa tendencia se ha agudizado en los últimos años. Cada vez somos más conscientes de nuestro cuerpo y confiamos más nuestra capacidad de mejorar nuestra vida física a nosotros mismos. Un síntoma del creciente edonismo contemporáneo: cada vez que en Nueva York cierra una librería es raro que su espacio no sea ocupado por un gimnasio, una tienda de vitaminas o de productos naturistas. O un salón de belleza.

Actualmente tenemos una esperanza de vida veinte años mayor que la de nuestros abuelos. Como promedio, vale decir. Porque para vivir dos décadas más que mi abuelo paterno tendría que llegar a los 111 años y lo dudo bastante. Aunque todavía a nivel experimental, los tratamientos para frenar o enlentecer el envejecimiento de las células prometen una verdadera revolución en nuestros cuerpos. De acuerdo con Andrew Steele, autor de Ageless: The New Science of Getting Older Without Getting Old, los nuevos tratamientos contra el envejecimiento garantizarían no solo una vida más larga sino más plena. Una existencia en la que personas de la tercera edad podrían desarrollar habitualmente actividades que ahora a duras penas nos permitimos en la segunda. Pero, frente a la promesa de frenar o enlentecer la vulgaridad del envejecimiento, la preocupación por el sentido de la vida reaparece. ¿Con qué rellenar los años de más que la ciencia nos conceda?

(Todo eso me lo digo mientras reúno fuerzas para hacer ejercicios y dietas para, si acaso, acercarme a la longevidad y energía de mi abuelo paterno, un campesino recio que no necesitó ni de gimnasios ni ayunos siquiera un minuto de su larga vida). 

Share with:

Product information

Post a Job

Post a job in higher education?

Place your job ad in our classified page on the HO print & digital Edition