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Arts and Media March 2022 PREMIUM
Todas estas mujeres tienen en común algo más que su origen hispano y su éxito en la sociedad norteamericana: enfrentaron resistencias y prejuicios inimaginables para sus colegas masculinos, pero perseveraron para cumplir con su vocación.

Emilia Casanova venía de familia rica (y numerosa) de Cárdenas, Cuba, donde había nacido en 1832. Parecía tenerlo todo menos la libertad de su isla del dominio español. En 1855 se casó en Filadelfia con Cirilo Villaverde, uno de los principales escritores cubanos del siglo XIX. Trece años después, cuando estalló la primera guerra de independencia cubana Emilia organizó recogida de fondos, organizó expediciones y se carteó con figuras como Victor Hugo y Giuseppe Garibaldi en búsqueda de apoyo para los rebeldes. Incluso llegó a entrevistarse con el presidente Ulysses Grant para que ayudara a liberar a su padre, preso por las autoridades españolas en la isla. En una época en que buena parte de las mujeres no podía hacer cosas elementales como votar, sacar un pasaporte o pedir un préstamo al banco, Emilia se convirtió en una de las principales figuras del independentismo antillano y de las más odiadas por las fuerzas coloniales españolas.

Otra que abogó por la independencia de su isla fue la poeta puertorriqueña Julia de Burgos nacida en 1914. Con veintidós años Julia se afiliaría a las “Hijas de la Libertad”, la rama femenina del Partido Nacionalista de Puerto Rico, liderado por Pedro Albizu Campos. En poco tiempo se hizo una poeta conocida tras la publicación de sus poemarios Poemas exactos a mí misma (1937), Poema en veinte surcos (1938) y Canción de la verdad sencilla (1939). Julia desafió las convenciones de su época, vivió junto a su amante, el médico dominicano Juan Isidro Jimenes Grullón, y paso estancias primero en La Habana y luego en Nueva York, donde transcurrieron los últimos años de su intensa y corta vida. Al morir en 1954 le fue publicado el poemario El mar y tú: otros poemas. Hoy numerosas instituciones culturales y educativas en Estados Unidos y Puerto Rico llevan su nombre.

Tres años antes de la muerte de la poeta Julia de Burgos en la ciudad de México nacía Lydia Aguilar. Interesada en investigar sobre la diabetes, una enfermedad que  había cobrado víctimas en su propia familia, hizo sus estudios graduados en la universidad de Texas. Luego de vivir un tiempo de vuelta en México en 1985 regresó a Estados Unidos para casarse con el investigador Joseph Bryan y dedicarse juntos al estudio de la diabetes hasta descubrir en 1995 el gen que regula la secreción de insulina. Como cabeza de su propio laboratorio en el Pacific Northwest Diabetes Institute, los Aguilar-Bryan investigan ahora los cambios que se producen en el páncreas de los bebés cuando todavía están en el útero, un estudio que promete mejorar enormemente la vida de los niños con diabetes, o incluso evitar que la enfermedad se desarrolle. Sobre el equipo que forma con su esposo Lydia ha dicho: “Yo pienso en los pacientes y él piensa en la moléculas”.

De Sonora, México emigraron los abuelos paternos de Ellen Ochoa, nacida en 1958 en Los Angeles, California. Ellen estudió en la Universidad de Standford física e ingeniería, pero cuando hizo su primera solicitud al programa de la NASA en 1985 fue rechazada. Sacó una licencia de piloto para tener mayores posibilidades, pero en 1987 fue rechazada de nuevo. No fue hasta tres años después que fue aceptada en su tercer intento. En 1993 cumplió su primera misión en la lanzadera espacial Discovery durante nueve días convirtiéndose en la primera hispana en viajar al espacio. Luego viajó tres veces más hasta acumular casi mil horas como astronauta. Se ha mantenido vinculada a la NASA hasta convertirse en 2012 en la segunda mujer (y primera hispana) en dirigir el Johnson Space Center de Houston desde donde se dirigen las investigaciones, entrenamientos y vuelos espaciales del programa norteamericano.

Sonia Sotomayor nació en 1954 en el Bronx, Nueva York en el mismo año de la muerte de Julia de Burgos. Sus padres habían nacido y crecido en Puerto Rico. Sonia creció en una época en que la imagen predominante sobre los nuyoricans eran la pandilla de los Sharks de West Side Story. Su padre, alcohólico, murió cuando Sonia tenía solo nueve años. Eso no impidió que Sonia obtuviera becas para graduarse de las universidades de Princeton y Yale y que con el tiempo se convirtiera en la tercera mujer en ocupar un puesto en la Corte Suprema de los Estados Unidos.

Acaba de morir a los ciento seis años de edad la pintora Carmen Herrera. Nacida en 1915 en La Habana, desde muy joven tomó estudios de pintura y arquitectura. Casada en 1939 con el profesor Jesse Loewenthal se mudó a Nueva York donde desarrolló su vocación artística abrazando el entonces novedoso mundo de la abstracción. Sin embargo, una hispana no era lo primero que les venía a la mente a los galeristas neoyorkinos cuando pensaban en pintura abstracta y Carmen se mantuvo ignorada para el gran público hasta los 89 años. Fue a esa edad que Herrera se convirtió en un fenómeno artístico mundial y su obra pasó a formar parte de las exhibiciones y colecciones de algunos de los museos más importantes del mundo. Nunca dejó de trabajar en su obra.

Todas estas mujeres tienen en común algo más que su origen hispano y su éxito en la sociedad norteamericana: enfrentaron resistencias y prejuicios inimaginables para sus colegas masculinos, pero perseveraron para cumplir con su vocación. También han servido de inspiración para muchos que han venido después. Pero lo que es más importante aún: han contribuido a cambiar un mundo que no contaba con ellas pero que sería infinitamente más pobre sin su presencia. 

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