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Ambiente caldeado

Global May 2022 PREMIUM
Imagínense una barca con un agujero en el fondo por el que entra agua a borbotones mientras uno de los que viajan en ella dice que todo está perfectamente bien y el otro trata de achicar el agua con una tacita de café.

Así me represento la actitud que hemos adoptado con respecto a la situación actual del medio ambiente: lo bastante preocupante como para po-ner en peligro la supervivencia del planeta mientras escogemos entre la negligencia criminal y las soluciones ridículas.

La razón por la que los humanos hayamos sido incapaces de responder adecuadamente a un asunto que atañe a nuestra propia existencia —apartando el egoísmo, la cortedad de miras y la mera estupidez que han caracterizado a la humanidad durante toda su historia— es, sospecho, la política. Basta que se politice un asunto para que no nos pongamos de acuerdo en los temas más elementales y encima consigamos que el debate se centre en opciones igualmente inoperantes. El día que se politice la belleza nos dividiremos entre quienes encuentren a Scarlett Johansson horrible y los que reconozcan que es bonita pero ofensiva para los pobres feos.

La politización de lo real nos permite eludir el sentido común hasta el punto en que cualquier absurdo parezca coherente. Lo mismo nos sirve para negar el impacto que los humanos ocasionamos cada día en el ecosistema mundial que para convencernos que el asunto se podrá resolver con molinos de viento. Porque una vez que un asunto adquiere la forma de un programa político lo importante no es dar con la solución apropiada sino adoptar la actitud que asegure nuestra pertenencia a la tribu que responde a dicho programa.

No se trata de ser equidistante ni de igualar posiciones. Reconocer que un problema existe nos sitúa más cerca de su solución que negar su existencia. Porque para darse cuenta del cambio climático basta tener buena memoria, para suponer que tal calentamiento derretirá el hielo de los cascos polares basta la lógica y para anticipar los efectos que la subida del nivel de las aguas tendrá en nuestras vidas basta la imaginación. Y para reconocer que dicho calentamiento ha sido causado por las emisiones de dióxido de carbono habrá que haber prestado atención a las clases de la secundaria. O, en su defecto, hacerle caso a los científicos, gente que suele sacarle más provecho a la escuela que el resto. Y hay quienes parecen no tener ni memoria, ni lógica, ni imaginación y encima desconfían de los que sí las tienen.

Pero si luego de reconocer el problema buscamos una solución que quiere convertir un asunto literalmente físico en político o moral no se avanza mucho. Porque de lo que se trata es de hacer compatible las necesidades crecientes de consumo de energía con la reducción de la cantidad de dióxido de carbono que se arroja a la atmósfera. De poco vale que en un futuro todos los coches sean eléctricos si producir la electricidad que consuman sigue siendo igual de contaminante o si resulta incosteable. Y, por mucho que atraigan a ese Quijote que todos llevamos dentro, habrá que reconocer que para producir toda la energía que necesitamos no bastan los molinos de viento.

Steven Pinker en su libro En defensa de la ilustración nos advierte que la necesidad de reducir drásticamente las emisiones de dióxido de carbono “pone sobre la mesa una verdad incómoda para el movimiento verde tradicional: la energía nuclear es la fuente de energía sin carbono más abundante y expansible. Aunque las fuentes de energía renovables, especialmente la solar y la eólica, se han abaratado drásticamente, y su porcentaje de la energía mundial se ha más que triplicado en los cinco últimos años, ese porcentaje es todavía un insignificante 1,5%, y sus posibilidades de crecimiento son limitadas”. Según cálculos del analista Robert Bryce “para estar a la altura del crecimiento mundial en el uso de energía sería preciso convertir cada año en parques eólicos un área del tamaño de Alemania”. O sea, que para satisfacer las necesidades energéticas llegaría el momento en que todo el planeta no alcanzaría para la instalación de los paneles solares y los molinos de viento necesarios. Quizás la solución que se esté buscando sea esa: que de tanto territorio que dediquemos a los molinos y los paneles solares ya no podremos seguir importunando al planeta con coches y aviones porque no habrá dónde meterlos.

Bromas aparte, ese es el tipo de absurdo al que nos lleva el apego a ciertos tabúes y a ciertos ídolos. El ídolo de la energía renovable y el tabú de la energía nuclear, por ejemplo. De ahí que nos entusiasmemos con nuestras propias soluciones sin detenernos a pensar si seríamos capaces de vivir en un mundo modificado por ellas. O si siquiera cabríamos en él. Pero lo cierto es que estamos tan poco preparados para pensar fuera de la inercia de la tribu como para asumir las consecuencias de nuestros actos. Pero en lo que la humanidad seguirá siendo insuperable es en la cara de sorpresa que pone cuando se cumple por fin el destino con el que ha estado colaborando todo el tiempo con la más alegre inconsciencia. 

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